martes, 15 de enero de 2013

El potro mágico



Por un camino ya opacado por el polvo que levantan Ias carretas a su paso, iba Mauricio junto a su padre en una de esas carretas estropeadas, tirada por un caballo viejo y flaco, así como Rocinante el maravilloso corcel de Don Quijote de Ia Mancha, del que seguramente han oído ustedes mil historias. Pues si sobre Ia carreta junto a Ias pocas cosas que poseían, estaban el cuerpo de Ia mama de Mauricio, débil, casi inconsciente.
El paso de Ia carreta era lento y el silencio entre el niño y su padre se hacía cada vez mayor, habían tenido que abandonar Ia aldea, Ia enfermedad de su madre no les había permitido trabajar Io suficiente para pagar Ias deudas, no tenían ni para comprar Ias medicinas y aunque Mauricio ayudaba en todo Io que podía, era muy pequeño aún para el trabajo fuerte. El niño avanzaba con Ia mirada fija en Ia tierra y los labios muy apretados cuando de pronto divisaron algo extraño entre Ia espesa hierba, Mauricio achicó sus ojos para poder ver mejor, era el cuerpo de algún animal. Tiro de Ias riendas con mucha fuerza y se lanzó hacía ei suelo aún sin haber detenido su paso el caballo. Su padre Io siguió con Ia vista, cuando escuchó Ia voz sorprendida de su hijo que Io llamaba. El padre se acercó y pudo ver un hermoso potro, blanquísimo, y en contraste, Ia crin y Ia cola eran como azabaches, espesas y ensortijadas, era un potro hermosísimo que estaba herido.
Por un momento se quedaron quietos mirando al joven potro que los observaba y sin pensarlo mucho Io llevaron con ellos.


Comenzaron de nuevo su viaje y encontraron a unos kilómetros una vieja casa abandonada, allí decidieron pasar algunos días. Su padre le decía que en unos días iría al pueblo a buscar algún trabajo.
Entre todas Ias cosas por hacer Mauricio nunca dejó de atender al potro, curo sus heridas y aunque se sintiera muy cansado, le llevaba todos los días un gran manojo de hierbas. En Ia noche pasaba largo rato contándole sus sueños al magnífico animal, le contaba que le gustaría ver a su madre curada y que su padre consiguiera trabajo. Así era cada día, cada noche, el potro ya se veía trotar, este lucía muy hermoso con su pelaje al viento.
Una noche Mauricio llegó muy triste hasta el potrero, le contó que había visto a su padre llorar junto a su madre pues no había conseguido trabajo, y que tendrían que reanudar el viaje en busca de otro pueblo. De pronto resplandeció una luz, miro al potro y descubrió que de Ia frente de su caballo había brotado un cuerno plateado, era un unicornio, el niño asombrado Io abrazó y se despidió de él.
A Ia mañana siguiente el olor a panecillos horneados y el canto de su madre Io despertaron, corrió hacia Ia cocina y allí estaba ella, sonriente, con su mandil blanco como antes de enfermar, miro hacia afuera y pudo ver a su padre como recogía el fruto de una hermosa cosecha que luego iría a vender, su casa era acogedora y al frente tenía un hermoso jardín donde paseaban abejas y mariposas y algún que otro grillo.
Mauricio corrió al establo, del potro no estaba!, no entendía por qué este se había marchado, de pronto sintió Ia brisa golpear suavemente su cara y alborotar su pelo, fue ahí que le llegó el olor del potro mezclado con Ia hierba fresca, los ojos del niño se cubrieron de lágrimas, miro al horizonte, alzó su pequeña mano y dijo adiós al potro que le había hecho realidad sus sueños.


                                                              Miguel Garcia Robles

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